Uno de los inventos que más han revolucionado la vida cotidiana es sin duda el teléfono. ¿Alguien se imagina un mundo sin aparatos de teléfonos, conversaciones que dejan pelada la oreja y musiquillas estúpidas en los móviles? Difícilmente ¿verdad? Desde la vetusta centralita con su operadora hasta los modernos cables de fibra óptica, la comunicación ha servido para mejorar nuestra existencia ¿o quizá no?
Francamente, no sabría decirlo, habida cuenta de los avatares que últimamente he tenido con el tiléfano, que dirían algunos de nuestros mayores. Al igual que la fuerza tiene su lado oscuro, el teléfono tiene a las compañías telefónicas. Antes de 1997, año de la semi-liberalización del sector, los españoles teníamos que vérnoslas con Telefónica, la una, grande y libre, ante la cual, la alternativa era pasar por las horcas caudinas de sus contratos o empezar a hacer prácticas con cuatro rastrojos y una manta. Después llegaron otras, pero aunque la aparición de la competencia –muy relativa- ha diversificado los productos (y aumentado el lío) también ha traído consigo una extensión de las malas artes a todas y cada una de las compañías.
El teléfono es una necesidad ineludible a día de hoy. Su ausencia, corte o rotura es un auténtico trastorno y de eso se aprovechan estos modernos corsarios de la tecnología. Contratos de adhesión, cláusulas abusivas y comportamientos rayanos en la coacción son sólo una pequeña panoplia de las prácticas un tanto perversas con las que nos deleitan estas empresas. Una visita a la página, foro o sede de cualquier organización de consumidores implica el encuentro con una sección especial dedicada a estas historias que con la aparición de la red informática y los móviles como productos de uso genérico, se han disparado.
El último episodio de esta historia lo he sufrido con UNI2. Hace cosa de unas semanas, una simpática comercial toca a mi puerta y me convence para hacer uso de una tarifa plana en fin de semana y de su sistema de marcación directa (primer truquete: lo uno se ve compensando por lo otro) firmamos una solicitud y se compromete a hacerme llegar una copia del contrato, la cual aún estoy esperando. También se compromete a que la central en Madrid (creo, porque estas entidades se guardan muy mucho de dar una dirección postal) me hará saber cuándo estoy ya dado de alta con su empresa, cosa que no pasó y me enteré por pura curiosidad que ya el negocio estaba en marcha (segunda en la frente: política de hechos consumados.) Por último, en un intento por aclarar en qué condiciones estaba la cuestión, he llamado unas cinco veces a la centralita para clientes que, cómo no, es un 902, donde me han tenido colgado una media de siete minutos sin contestar, bajo el fondo de una música estúpida y de unas ofertas que deberían ser revisadas por atentar contra la Ley General de Publicidad y la Ley para la Defensa de los Consumidores y Usuarios (tercera y última: sableo injustificado del cliente.) Conclusión: que me vuelvo a Timofónica, señoras y señores de UNI2, que prefiero malo conocido que bueno (es un decir) por conocer, y que confío no volver a saber nada de ustedes, al menos mientras sigan llevando su negocio al estilo “Pepe Gotera y Otilio” aunque ¡quién sabe! Seguro que para reclamar lo poco o mucho que haya consumido en su establecimiento sí estarán bien prestos a poner la mano.
En fin, pidiendo disculpas por este desahogo de sobremesa, me despido hasta otro ratillo.
Enviado por lcapote a las 01:00 | 0 Comentarios | Enlace
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