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Mantener la cabeza fría |
2005-07-24 |
Cuando se produjeron los atentados el 7-J, el pueblo londinense manifestó su deseo de recuperar la normalidad cuanto antes. El dibujante John Kovalic recogía ese deseo en su página Dork Tower, al recoger las palabras de una persona que, habiendo vivido los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, manifestaba que había sido acosado por una clase de bastardo mejor que la que había puesto las bombas. Quizá fuera la mentalidad inglesa, pero el mundo contemplaba, un poco sorprendido, un poco fascinado, el estoicismo con el que la población de Londres reasumía sus tareas cotidianas. Parecía que nada podía hacerles mella, pero sólo lo parecía.
Después de los segundos atentados, hemos visto como la pretendida calma era cuando menos, superficial. Un grupo de agentes abatieron de cinco disparos a un presunto terrorista vinculado con la trama, porque llevaba una ropa inadecuada y rasgos árabes. Sin embargo, como después se ha sabido, era un joven brasileño que iba a su trabajo y que no tenía relación alguna con los “bomberos”. Los nervios, guste o no guste, están a flor de piel, y ni siquiera la flema británica inmuniza contra esta realidad, pues el Reino Unido tiene ejemplos en su historia reciente de esta conclusión.
En los años previos y propios de la Primera Guerra Mundial, toda Europa vivía sumida en una psicosis bélica, que se extendía desde los gobiernos hasta los últimos estratos de la población. Todo el mundo podía ser enemigo o, peor aún, un espía de los imperios centrales. Un equipo oficial de radiogonometría encargado de escuchar las emisiones alemanas, que había salido de Londres al mediodía, se encontró en la cárcel a las tres de la tarde. Puestos en libertad por intervención de las autoridades a las siete, volvieron a visitar los calabozos a medianoche. Los telegrafistas acabaron por negarse a trabajar si no iban en compañía de oficiales uniformados, pero concedida esta peculiar protección, no pasaron ni veinticuatro horas antes de que el equipo y su oficial acabaran nuevamente en chirona, creyendo que eran espías alemanes. Nadie estaba a salvo: un feligrés paseaba tranquilamente por un parque y a su lado alzó el vuelo una paloma, de modo que el policía que observó la imagen dedujo que el bicho debía llevar un mensaje para el Kaiser, siendo el paseante un espía alemán.
La paranoia alcanzó su punto culminante cuando multitud de testigos comunicaron a las autoridades que tropas rusas habían desembarcado en las islas británicas. Aseguraban que los soldados del zar habían desembarcado en Glasgow y Aberdeen, que los cosacos habían confraternizado con la población, emborrachándose y cambiando rublos por libras esterlinas. Ni un solo zarista había puesto el pie en Britania. En esta ocasión, el enemigo es invisible, puede estar en cualquier parte, ser hasta un vecino, un amigo o un comerciante del barrio. ¿Habrá alguna manera de caer en el miedo irracional a que cualquiera pueda ser un terrorista? Espero que sí.
Enviado por lcapote a las 18:42 | 1 Comentarios | Enlace
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Comentarios
1
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De: JOSE |
Fecha: 2005-07-24 19:37 |
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Vuelta a lo mismo: asesinatos preventivos.
No debemos quedarnos callados ante estas medidas de seguridad. Una cosa es trabajar por la seguridad y la accion policial para vencer a estas "mafias" del terrorismo. Pero lo que esta gente hace es justificar asesinatos en nombre de mi seguridad.
No, no en mi nombre
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