Ya ha nacido, ya ha llegado, y es niña. Leonor es su nombre, con lo que se ha librado de que sus padres le gastaran la broma de llamarle Pelayo –que será un nombre con mucha raigambre histórica y todo lo que ustedes quieran, pero no lo veo yo para los tiempos que corren, aunque hay que reconocer que hasta bonito suena, comparado con herejías del pelaje de “Skylab” “Tequila” y otras lindezas que los padres desprevenidos, pero creo que divago-. El caso es que con su nacimiento, se da el pistoletazo de salida a la reforma constitucional que equiparará a España con las monarquías nórdicas y borrará todo resto de la ley sálica que quedaba en nuestro ordenamiento jurídico, dando plena primacía al principio de primogenitura sin discriminación por razón de sexo. Así pues, la recién nacida reinará algún día como Leonor I (eso si la reforma constitucional no acaba convirtiendo a España en una república, que todo puede pasar). Será alguien que represente al país y supongo que habrá que preocuparse sobre su futuro. Eso sí, para ello habría que recordar a los medios de comunicaciones que lo que no debe de tenerse en cuenta es esa casposa sandez del tarot, el horóscopo y demás hierbas aledañas. Parece mentira que después de tanto tiempo, se pierda el tiempo con algo que está más que superado. Lo doblemente triste es ver como, día sí, día también, se confunden los términos de Astronomía y Astrología, para deleite de astrólogos y cabreo de astrónomos y astrofísicos, que se ven embarcados ante la opinión pública junto a unos vendedores de humo. Eso sí, hay que preguntarse cómo salen los periodistas del siglo veintiuno, si no saben diferenciar lo uno de lo otro.
P. D. Hablando de medios e incultura. La Otonómica ha cascado un nuevo episodio de Phenomena dedicado al chupacabras. De momento, el Diputado del Común y las fuerzas rasgadoras de camisas siguen sin decir ni esta boca es mía. Resulta conmovedor ver el criterio de sus (ir)responsables en ambos casos.
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