Esta mañana he estado en el hospital, recogiendo el resultado de una analítica que ha confirmado algo que sabía desde hacía bastantes años: que padecía lo que se llama “talasemia menor”. La talasemia es una una enfermedad hereditaria en la que se produce un defecto en la síntesis de la hemoglobina (si tenemos que hacer caso a lo que dice la Wikipedia) y me ha venido por vía materna, donde la padece una parte la familia, sin mayores consecuencias que una anemia más o menos molesta.
Lo más curioso de esta historia es que la hematóloga me preguntó si tenía en ese lado de la familia algún ascendiente de origen italiano o similar. Y es que la talasemia fue descrita y analizada en el seno de poblaciones que habitaban alrededor del mar Mediterráneo. De ahí consiguió su nombre, ya que la palabra griega thalassa significa mar. No deja de resultar fascinante, que diría el Señor Spock, que a través de un rastro genético tan particular como puede ser una disfunción hereditaria como ésta, pueda llegar a deducirse el origen de algún antepasado perdido en la noche de los tiempos.
Otra curiosidad, más cercana y preocupante, es el hecho de que, conforme a la legislación vigente en la materia, las personas que tienen –tenemos- esta talasemia menor, podemos donar sangre, cuando tradicionalmente esa anemia nos situaba fuera del colectivo potencial de prestadores. Al parecer, en los bancos hematológicos van siempre muy justos y han tenido que abrir la mano para que entren más reservas. Así que si tienen la oportunidad, damas y caballeros, háganse donantes: no cuesta nada, nuestro cuerpo serrano repone la pérdida con relativa rapidez y encima dan bollitos y jugos. ¿Se puede pedir más?
Enviado por lcapote a las 21:23 | 3 Comentarios | Enlace
|