El federalista don Ramón Pi i Margall fue proclamado segundo presidente de la I República Española, tras la dimisión de don Estanislao Figueras. Pese a su advertencia a la Asamblea de que carecía de programa y no sabía qué hacer, durante su breve mandato se intentó articular un estado federal, plasmado en un proyecto de Constitución al uso que, leído el 17 de julio de 1873 empezaba de esta guisa: “Componen la nación española los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja...”
El movimiento federalista evolucionó en algunas regiones hacia diversos resultados que fueron desde el Estado autónomo hasta los cantones independientes. De estos últimos, algunos asumieron un ámbito provincial, como Valencia y Málaga, otros comarcal, como Cartagena, Camuñas o Jumilla, que en su manifiesto fundacional proclamaba: “La nación jumillana desea vivir en paz con todas las naciones vecinas, incluida la murciana, pero advierte que les declarará la guerra si osan hollar su territorio.”
Dentro del movimiento cantonalista, destaca particularmente el caso de Cartagena. Proclamado el Cantón Murciano (para indignación de los habitantes de la ciudad de Murcia) y controlado por el diputado Antoñete Gálvez, se apoderaron de la escuadra fondeada en el puerto. Bajo el mando de Gálvez, las fuerzas cantonales bombardearon Alicante, impusieron tributos, fueron acusados de piratería y participaron en no pocos actos de guerra, entre los que destaca la toma del castillo de San Julián, cuya conquista fue comunicada al Ministerio de Marina a través de telegrama que rezaba así: “Castillo de San Julián enarbola bandera turca”. Era la primera bandera roja que ondeaba en España. El presidente de la República, que todavía era Pi i Margall, se negaba a reprimir la sublevación porque consideraba que los cantonalistas simplemente llevaban a la praxis sus teorías.
El siguiente presidente de la I República, don Nicolás Salmerón, jurista y partidario de la república unitaria, consiguió poner fin a las sublevaciones, pero negándose a ratificar las penas de muerte impuestas por las autoridades militares, que éstas consideraban necesarias para recuperar cierta disciplina, el presidente prefirió dimitir de su cargo, dando paso al cuarto y último de los altos dignatarios de la primera experiencia republicana, don Emilio Castelar.
BIBLIOGRAFiA:
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MONTANELLI, Indro: Historia de Roma, Círculo de Lectores, Madrid, 1996.
TREFIL, James: 1001 Cosas que todo el mundo debería saber sobre Ciencia, Biblioteca de Divulgación Científica, RBA Editores, Barcelona, 1993.
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