Estos dos últimos días he vuelto a darme un garbeo por Zaragoza o, como la he llamado casi toda la vida, Zaragotham City (denominación con la que en los viejos ambientes fanhunteros se referían a la capital aragonesa). Siempre resulta agradable volver a un lugar conocido y ver lo que ha cambiado y lo que permanece, así como encontrarse con amiguetes como Bea o como Mr. Deejay. De paso, también tiene uno ocasión de hacerse el interesante enseñando algo de lo que sabe del lugar a otros visitantes, como mi amigo Manuel que, desde Portugal, vino como yo a participar en unas jornadas donde nos tocaba hablar de la aplicación de nuevas tecnologías a la enseñanza del Derecho. Él ya había estado, pero menos tiempo y le hacía ilusión dar un paseo y cenar algo en el célebre tubo, una callecita repleta de bares muy cercana al Pilar. Una vez allí, fuimos mirando entre distintos locales hasta encontrar uno donde podíamos sentarnos y que respondía al nombre de Papa-Mar (o algo así). Con la carta en la mano, empecé a hacer repaso de las posibilidades, y lo primero que me llamó la atención fue que en la carta no se hacía mención de los precios. Lo segundo, que aparecía todo redactado en el lenguaje de ese timo de la estampita llamado cocina moderna, con términos como “decostrucción”, “aroma” y demás jerga propia de los vende-humos de ese chiringuito. Como quiera que estábamos bastante hechos polvo después de un día entero de viaje, pedimos un par de tapas y a la hora de pagar, nos soplaron 28 euros por una ración de papas bravas, dos croquetas, dos vasos de vino y una ventresca de atún que era de lata. Este último plato costaba 16 euros, ante la desazón de mi amigo. Por un momento, sopesamos la posibilidad de armar un poco de bulla, pero al final pasamos del asunto. Eso sí, como hay ciertas cosas que nunca están de más, creo que no está de más dejar constancia del asunto, para que no se rocen por un establecimiento que parece tener la (in)sana costumbre de engañar a los turistas. Antros como ése constituyen un baldón en una ciudad tan bonita y llena de tan buena gente como Zaragoza. Aquí va un listado de lo que el personal del lugar hizo (y no debió hacer): -La carta no llevaba precios -Los productos no están todos contenidos en la registradora (excusa cutre para intentar colar una factura más gorda). -Aparte, la educación del personal, que dejaba mucho que desear. Así pues, en conclusión, no dejen su dinero en Papa-Mar. La comida no está mal, pero no vale lo que cuesta. Y señores responsables del turismo zaragozano, vigilen más a estos jetas, que es una pena que lo viejo de la ciudad haya perdido su sabor clásico y se haya convertido en guarida de cuentistas y trileros de la papa brava.
Enviado por lcapote a las 02:43 | 1 Comentarios | Enlace
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