Vuelvo de Zaragotham, después de un viaje relámpago de dos días para participar en unas jornadas sobre Derecho y nuevas tecnologías, y leo en el periódico Edmundo que la SGAE se ha embolsado el diez por ciento de un concierto celebrado en Almería con fines benéficos, y donde el cantante David Bisbal actuó gratuitamente. No es la primera vez que toca hablar de estos temas y, como siempre, lo hago desde el más profundo de los cabreos. Ejemplos como éste indican que algo va realmente mal en la regulación de los derechos vinculados a la propiedad intelectual en España, cuando episodios como éste se repiten. Hace unos años, en una de las últimas temporadas de la segunda etapa de Fantasy Zone (www.zonadefantasia.com), mi amigo Jacobo trajo a colación la noticia de que, nuevamente la Sociedad General de Autores de España, había intentado cobrar porcentaje sobre unas obras teatrales realizadas por un colectivo de niños deficientes psíquicos, en base al uso de las denominaciones de las mismas para la representación de unas versiones adaptadas. La reacción fue tan contundente que no tuvieron los reverendos arrestos (vulgo cojones) de seguir adelante con su idea. Las entidades de gestión se han convertido en una suerte de hidra que va mucho más allá de lo que ha sido y debe ser su razón de ser: ¿cómo se come que en un concierto donde el intérprete-autor (en este caso el David Bisbal, un señor que musicalmente me parece un subproducto mediático, pero que ha tenido un gesto que le honra como persona) ha decidido actuar gratis, su representante decide enmendar la plana? Detalles como éste indican que la SGAE ha tomado vida propia y ha dejado de ser la defensora de los autores para convertirse en un ente cuya utilidad, fines y mecanismos de función se presentan oscuros como el humo de los puros (como decían en la revista Mortadelo). En la mejor tradición de los grupos de presión, su poder –y su capacidad de convocatoria a la hora de sacar la pancarta o apoyar a tal o cual candidato político- le han permitido imponer su interés particular al interés general. Han convertido la palabra “cultura” en algo sucio, logrando la imposición de un sistema normativo (la Ley de Propiedad Intelectual) donde iniciativas como Creative Commons o el copyleft no parecen tener cabida. Han conseguido que el Ministerio de Cultura haga el más espantoso de los ridículos con campañas contra la piratería que son jurídicamente analfabetas. Y, sobre todo, están creando la tendencia del todo vale: las personas están hartas de la presunción de culpabilidad que supone pagar un sobreprecio por discos duros, reproductores mp3, impresoras, escáneres, etcétera. El canon tiene que gravar los oríginales (discos compactos, películas, etcétera) porque es por COPIA PRIVADA, esto es, por la copia para uso personal que yo puedo hacer de los originales que compro por ahí. Lo que tenemos ahora es una suerte de impuesto revolucionario (ejem) donde se culpabiliza a toda la ciudadanía y donde la gran mayoría acaba con cara de tonto por partida doble. Tonto me llaman por comprar originales teniendo la Red.a mano. Tonto me siento por pagar para poder guardar este documento. Y si al final lo que se pretende es financiar la cultura obligándonos a pagar una tasa, sea, pero que lo recauden las instituciones públicas y no unos particulares que luego no rinden cuentas a la sociedad y donde se retratan personajes cuya aportación cultural –si algujna vez existió- forma parte de los libros de Historia (en el caso de Ramoncín o de Teddy Bautista, historia con minúsculas). Aunque eso sí, luego habría que preguntarle a las instituciones públicas en qué gastarán ese dinero, porque viendo el sistema de subvención del cine español, se cabrea uno aún más. ACTUALIZACIÓN: La SGAE ha dado marcha atrás, mientras en su seno empiezan a surgir voces que abogan por un cambio de marcha en su tendencia de recaudar y crecer en impopularidad.
Enviado por lcapote a las 16:08 | 4 Comentarios | Enlace
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