“Todas las opiniones son respetables”, me decía hace cosa de un año una buena amiga, a lo que yo respondí (de forma un tanto tajante, pero es un defecto de carácter que me acompaña desde siempre) que de eso nada, y que en todo caso, todas las personas eran merecedoras de respeto, pero no todas sus opiniones. Planteamientos como aquél siempre me han tocado un poco ciertas partes del organismo, porque entran de lo que se ha dado en llamar gilipolleo de lo políticamente correcto. Parece que nos movemos a la manera del péndulo y si antes estaba proscrito todo lo que saliera del pensamiento único, ahora parece que hay que ponerlo todo en pie de igualdad y dar la misma credibilidad, consideración y cobertura a la Ciencia que a la charlatanería, al talante democrático que a los dejes autoritarios. Como decía la conductora de un programa de debate hace unos años, “aquí no se viene a irrespetar” cuando uno de los intervinientes señaló la condición de farsante de otro de los contertulios. En mi humilde opinión, es de idiotas pretender dar idéntico pábulo a todas las opiniones, porque en realidad lo que se intenta llevar a cabo es ese ejercicio tan necio de pretender quedar bien con todo el mundo (no se consigue nunca a la larga) o bien lavarse la cara dando una teórica voz a los que disienten de la postura mayoritaria de un sitio, lugar, etcétera, en lo que es un ejercicio de hipocresía bastante patente o un intento de lavar una mala conciencia. En ocasiones, además, encuentro ejemplos que hacen que este pensamiento mío arraigue más profundamente en mis “nuronas”, y los amiguetes de Canarias Bruta me han dado esta mañana un ejemplo de libro, al transcribir el rebuzno editorial de hoy perpetrado (muy dudosamente) por el amo de un panfleto insular: Los ecologistas serán auténticos y falsos y vendidos a Las Palmas como los actuales [sic]; vendidos y dirigidos por ese foco maligno que se encierra en la Universidad de La Laguna. Esos falsos ecologistas son los culpables de que no se haga el puerto de Granadilla, el tren del Sur, el cierre del anillo de autopistas; de que no se haga nada. Por lo tanto, ese foco que se esconde en la honorable Universidad debería sea bombardeado, pues son talibanes enemigos de Tenerife. Un día de esto diremos sus nombres. ¿Alguien podría considerar que semejante invocación a la violencia es respetable? Quizá por mi pertenencia a la Universidad de La Laguna pueda sentirme especialmente sensibilizado pero ¿qué cabe esperar cuando, ante la incapacidad manifiesta –por incompetencia, desidia o simple analfabetismo- de responder a los argumentos de los escépticos con ciertos macro-proyectos con más argumentos y razonamientos, se invoca a la violencia? Tampoco hay que olvidar que en la Historia (reciente o lejana) lo que han hecho siempre los tiranos ha sido quemar libros (y a sus autores, si se terciaba) acallando las voces discordantes y cerrando con siete cerrojos aquellos lugares que fueran foro de intercambio de ideas. ¿Qué hay que hacer ante semejante sarta de estupideces? Porque éste es únicamente un botón de muestra de lo que diariamente se vomita desde el púlpito editorial: racismo, xenofobia, fascismo, pseudohistoria… Hay quien responde porque considera que quien calla otorga; hay quien ignora porque piensa que responder es darle un poder que no merece; hasta habrá quien crea que semejantes majaderías son dignas de crédito (si entra usted en ese grupo le recuerdo que “las gallinitas no hablan”.) En todo caso, lo que no son es dignas de la más mínima consideración, estima o respeto, y aquél que las haya escrito, o se lo está pasando pipa y jugando al más difícil todavía de las burradas, o es un pobre infeliz que debe pasarse la existencia luchando a brazo partido con enemigos imaginarios que sólo parecen existir en su mal amueblada sesera.
Enviado por lcapote a las 14:43 | 4 Comentarios | Enlace
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