Acabo de volver de ver Ágora en el cine, en el día de su estreno. Curiosamente, me tocaba escoger a mí, después de aguantar… perdón, de ver la última plañidera… perdón, la última comedia de Woody Allen (ahora en serio, está más que bien. Cualquier película que empiece con Hurra por el Capitán Spaulding ha de estar más que bien, aunque el director neoyorquino a veces resulta inaguantable por su condición de hipocondríaco afectado por la enfermedad del mundo.) La última película de Alejandro Amenábar me ha gustado bastante y por diversos motivos. El primero, porque una vez más se demuestra que por estos barrios se puede hacer buen cine y que cuando el producto es bueno y sabe promocionarse bien (¿cuánto tiempo hace que se pueden ver avances, noticias, libros explicativos, documentales oportunistas, etcétera, un poco por todas partes?) El segundo, porque se ha aprovechado para hacer promoción de dos películas españolas que, en las antípodas la una de la otra, también han estado dejándose notar. Por un lado tenemos La celda 211, de Daniel Monzón, de la que mi amigo Juanan se ha encargado de hablarme día sí, día también, en nuestro recurrente tema de conversación acerca de qué es lo que no furula en la gran pantalla hispánica. Ya me había dicho que Luis Tosar estaba realmente bien en su papel, pero una cosa es oírlo y otra verlo en acción. Un drama carcelario en toda regla. Por otro lado está Spanish Movie, que también ha dado que hablar y que cuenta con la participación estelar de Leslie Nielsen (¡sí, señores! El Teniente Frank Drebin, que además promocionó la peli en compañía del inigualable Chiquito de la Calzada) una versión patria de las humoradas de brocha gorda en las que los yanquis se burlan de los éxitos del momento. El denominador común de las tres cintas es el hecho de que sean tres proyectos que no tienen que envidiar nada al cine comercial homónimo de ya-sabemos-dónde, y que también se sacude los prejuicios a la hora de pensar en términos más internacionales (sobre todo Ágora y Spanish Movie.) El tercero y más importante es la película propiamente dicha (que ya tardaba, ya): el grado de detalle con el que se recrean la Alejandría de finales del S. IV y sus habitantes. Una capital cultural en un mundo que, siempre según los tópicos, amenazaba con venirse abajo. Amenábar manifestó su deseo de recuperar para el cine la figura de Hipatia de Alejandría, filósofa interesada en las Matemáticas y la Astronomía. Pese a su proclama de ser lo más fiel posible a la Historia, don Alejandro ha deslizado muchas cosas propias de la dimensión mítica del personaje (que afortunadamente, en otros ámbitos de la Cultura no sólo no ha sido olvidado sino que ha sido reivindicado.) Por de pronto, no deja en demasiado buen lugar a los cristianos (lo que por lo visto ha provocado algunas reacciones por parte de ciertos sectores conservadores) aunque no sabría decirse si por la visión que da de los Patriarcas de Alejandría Teófilo y Cirilo o por el hecho de que, una vez los retrata, recuerda que, sobre todo el segundo, tienen la consideración de padres de la Iglesia. Pero no hay que olvidar, buenas gentes, que una película es una película y, como dice cierta juiciosa dama que conozco, no es un documental. Versiones más chafarderas de la Historia se han perpetrado en Gladiador o en Braveheart y nadie ha dicho ni mu, así que no estaría de más aplicar aquello sobre picores y ajos. En resumidas cuentas, puede que Amenábar haya metido alguna que otra “gamba” y que peque un poco de simplista a la hora de reflejar la compleja realidad política de la Alejandría de aquellos días, pero en lo esencial, en lo importante, la película es más que necesaria, o al menos me lo parece a mí, por dos motivos: En primer lugar, para que el público se interese por Hipatia de Alejandría y, a partir de ahí, conozca un mundo mucho más rico culturalmente de lo que nos han pintado, porque a veces parece que el mundo antiguo se acabó con Aristóteles. Cuentan las crónicas (expresadas en ese sitio, parte enciclopedia, parte cúmulo de rumores que es la Wikipedia) que, aunque desde el punto de vista de la Arqueología las pelis de Indiana Jones son consideradas poco menos que heréticas, su aparición sirvió para impulsar el interés de la sociedad por una disciplina que, curiosamente, se desempeñaba en los años previos a la II Guerra Mundial en unos términos muy similares a los que perpetraba el ínclito Doctor Jones. Solamente por eso, merece la pena el esfuerzo de haber sacado esta película y habría que agradecer a don Alejandro el haber puesto en los mapas el nombre de Hipatia de Alejandría, como ya hiciera Umberto Eco en Baudolino. En segundo lugar, porque el conflicto del que habla no sucedió, sino que sucede constantemente en la actualidad. La razón frente al fanatismo, el conocimiento frente al oscurantismo. La divulgación frente a la quema de libros. Ágora recuerda que la habilidad del ser humano para hacer el cafre en nombre de cualquier tipo de idea o ideal no es algo nuevo y que, pulsando las teclas oportunas, hasta la gente más pacífica puede convertirse en una turba peligrosa y bien dispuesta a hacer cualquier barbaridad. La violencia, ahora como entonces, sigue siendo la sinrazón de quienes no tienen razón.
Enviado por lcapote a las 04:39 | 11 Comentarios | Enlace
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