Acabo de llegar del cine, de ver una película de la que mi amigo Juanan me había hablado repetidamente: La herencia Valdemar. Por estas casualidades de la vida, el Comité Central de mi vida había sabido de la película por otro camino y me sorprendió comentándome su deseo de verla, así que partimos hacia uno de los dos multicines donde se proyectaba. En mi fuero interno estaba el interés de ver la penúltima película del recientemente fallecido Paul Naschy. La herencia Valdemar es un homenaje sin paliativos a la carrera del difunto Naschy, y un trabajo que sirve para recordar por igual a detractores y paniaguados del cine español que aquí puede hacerse género fantástico con poco dinero y, sobre todo, sin subvenciones (algo que su director y guionista, José Luis Alemán, ha recalcado en repetidas ocasiones.) La historia, basada en un relato del escrito estadounidense H. P. Lovecraft, se narra en dos tiempos. El primero de ellos, de carácter introductorio, en el presente, donde Luisa Lorente (Silvia Abascal), una tasadora inmobiliaria, ha de hacerse cargo de un trabajo pendiente, consistente en la valoración de la Mansión Valdemar, una edificación victoriana un tanto apartada, en lo que parece algún lugar del norte de España. El segundo retrocede al siglo diecinueve y cuenta el origen de la casa y, sobre todo, del misterio inherente a la misma. La película, aunque presentada como de terror (algo basado en los mitos de Cthulhu no puede tener otra calificación) tiene espacio para la intriga, el drama, el romanticismo y hasta la recreación histórica. El tono de tensión inherente a este tipo de cintas está bien logrado, y aunque –como pasa en los relatos lovecraftianos- el camino está tan claro que no hay ni que intuirlo, las interpretaciones y la ambientación están tan conseguidas que el paseo se disfruta. La cinta está repleta de pequeños detalles que harán las delicias de la afición al género en todas sus vertientes. Echen una miradita a cosas como el puño del bastón del personaje interpretado por Eusebio Poncela (en sustitución de Christopher Lee) o a los nombres de ciertos personajes esenciales para el desarrollo de la saga. Especial mención merece el trabajo de Francisco Maestre, así como el del propio Naschy, al que ya se le notaba bastante la enfermedad que habría de llevarle a la tumba. Los efectos especiales están bien empleados y mejor conseguidos, y si saltamos al ámbito decimonónico, hay que quitarse la gorra ante el grado de fidelidad alcanzado. El filme, junto a otros como Planeta 51, La celda 211 o Spanish Movie, parece indicar que el cine español se está sacando de encima los sambenitos y complejos que le han ido cascando y, más importante, que empieza a haber vida más allá de la alargada sombra de una Academia de Cine que ha monopolizado la representación del séptimo arte por estos barrios, relegando los productos comerciales y / o de corte fantástico al ámbito marginal. Nada mejor para despedir a un Paul Naschy que, durante unos años, fue injustamente olvidado en su propio país, mientras el resto del mundo le brindaba merecido homenaje, en unos tiempos en los que el cine patrio parecía dominado por pedantes y esnobs. Aprendan los habituales de la subvención y el mamoneo.
Enviado por lcapote a las 15:26 | 6 Comentarios | Enlace
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