Uno de los aspectos más curiosos que tiene lo de crecer y peinar canas es echar la vista atrás y comprobar que ciertas prácticas, usos y querencias que uno tenía en ciertas etapas de su vida y que, consecuentemente, veía con total normalidad, se transforman desde la óptica de un tiempo o un lugar cambiantes en algo inusual. En mi caso, haber crecido en La Palma supuso el consumo de ciertos productos que, eternamente vinculados a mi infancia y mi adolescencia, eran desconocidos en Tenerife o bien hacía largo tiempo que habían desaparecido. Tres cuartos de lo propio acontecía en la isla picuda en comparación con, por ejemplo, la península. Así las cosas, imaginarán ustedes las caras de sorpresa que ponía el respetable cuando les explicaba que servidor había consumido el chicle Bazooka Joe (célebre por su tira cómica adjunta) cuando en otras partes se vinculaba a la infancia de los años cuarenta y cincuenta. No digamos ya escuchar a un turista asturiano manifestar maravillado que aquí, en La Laguna, “todavía teníamos Mirinda” cuando por su terruño la marca había volado allá por 1993. Sumemos a ello los polos de hielo, el mítico Nik (que en Tenerife tenía su equivalente en el difunto Orange Crush y en Gran Canaria en el ahora más extendido y popular Clípper), las ensaimadas locales (que eran un bocadillo de pan dulce relleno de mermelada) o los no-muy-recomendables productos del carro del viejo, las galletas rosadas Cubanitos, las ambrosías de Tirma… Recuerdos y más recuerdos que con la distancia progresiva se perciben como viejedades y que los refinados y pijoteros definen como elementos “vintage” (que vaya usted a saber qué es esto). Dicho lo anterior, habrá que darle estilo a la vida y decir que no vive uno anclado en las viejedades, sino que se crió en una isla “vintage”.
Enviado por lcapote a las 00:20 | 5 Comentarios | Enlace
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