Hoy ha fallecido Alfredo Landa. Con él desaparece un destacado exponente de esa generación de grandes intérpretes que se pasearon por las pantallas en una época dorada del cine español. Suyo es el nombre con el que se etiquetó un género de cine –el landismo- donde el españolito medio –bajito, cabreado y un poco “ansioso”- expresaba los anhelos de una generación que veía, resignada y silenciosa, la condena que suponía ser eternamente adolescentes bajo la mirada tutelar del innombrable. Cine de suecas, de españolidad celtibérica peluda, de boina y de buen fondo, por obra y gracia de los Ozores, Masó, Lazaga y compañía. Junto al igualmente grandioso José Sacristán y a una larga lista de actores y actrices que venían fogueados del teatro. Despojadas de la moralina nacionalcatólica y de otras ranciedades son filmes que, como diría el clásico, aún se pueden ver y disfrutar con unas buenas risas. Llegó la transición y con ella la posibilidad de hacer otro tipo de cine. Allí pudimos ver la verdadera dimensión como intérprete de Landa. Películas muy alejadas del tono de comedia habitual (al que volvería con Luis García Berlanga o José Luis Cuerda): pesimistas, oscuras, descorazonadoras. Como comentaba alguien en un foro, la calidad profesional de don Alfredo quedaba patente cuando, pese a sus convicciones políticas, bordaba a aquel Paco el bajo de “Los santos inocentes” (al tiempo que Juan Diego hacía de señorito, en una curiosísima inversión de papeles). Ayer compartía una cerveza con mi amigo Manso y hablábamos de todo un poco: videojuegos, anime, literatura (de Juego de Tronos, ahora que el amigo Alberto no nos escucha) y sobre todo de cine. Mucho cine. Y recordábamos a Genaro el de los catorce, el afortunado acertante de una quiniela que escondía bajo su boina de tuercarrosca. Manso tiene diez años menos que yo pero ambos coincidíamos en la capacidad que conservaban esas películas para hacernos reír. La comedia es un género muy complicado y no son raros los casos en los que el material envejece muy malamente. Sea como sea, durante medio siglo la historia del cine español ha sido la historia de Alfredo Landa, que también hizo cosas memorables en la televisión una versión del Quijote (donde interpretó ¡cómo no! a Sancho Panza) o la moralizante Lleno por favor. De todas ellas la que se repite constantemente en mi cabeza es Tristeza de amor, aquella serie de los ochenta ambientada en una ficticia cadena radiofónica, con una canción de entrada cansina y deprimente compuesta por el desaparecido Hilario Camacho que definía perfectamente al personaje de Landa. El que fuera prototipo del homo ibericus en estado de cabreo miraba con ojos cansados y hasta tristes al mundo. Quizá reflejaba a esa España que, después de hacer quijotadas por la vida, se dio cuenta de que nunca había dejado de ser “sanchopancesca”.
Enviado por lcapote a las 23:17 | 0 Comentarios | Enlace
|