Ayer me pasó una de esas cosas que me hicieron pensar que había retrocedido muchísimos años -treinta y seis- y estaba con colegas adolescentes discutiendo qué ordenador era mejor. En aquellos días, las discusiones bizantinas en torno al Spectrum (y su mezcla de colores), el Amstrad (y sus pixelacos modo 0), el Commodore (y su paleta desvaída) y el MSX (¿eso qué es?) eran constantes y pródigas en argumentos cuñados. Estas conversaciones de elevado nivel se han repetido generación tras generación: Sega contra Nintendo, Playstation contra Saturn, etcétera, etcétera, etcétera. Nada nuevo bajo el sol. Con el tiempo descubres que lo importante no es ganar, sino participar y divertirse. Sin embargo, ayer en un foro caralibrero me encontré con un hilo que hablaba de uno de mis juegos preferidos y mencioné que había podido terminarlo usando un cargador que permitía usar un poke de vidas infinitas. Para mi sorpresa, el autor de la entrada me dijo que eso era ir en contra de la esencia del juego y que no era correcto usar trucos. Esencia. Incorrección. Juego español de los ochenta. Mi respuesta fue que aquel caso ni siquiera las vidas infinitas garantizaban el éxito, intentando quitarle hierro al asunto. La contestación fue insistir en una afirmación de que «aquello era así» porque mucha gente opinaba igual que él. Aquí ya no me resistí a mencionar que había una diferencia entre tener una opinión y pretender imponerla como dogma de fe basándose en la falacia del argumento ad populum. Concluí que las ruedas de molino eran una comunión de difícil digestión y tras otro intercambio de comentarios, el autor de la entrada borró la misma porque, decía, no la había elaborado para este tipo de intercambios de pareceres. Ese giro de llevarse el Scattergoris me llevó a considerar que también en el mundo del retrojuego hay quien se considera en posesión de la verdad absoluta, con independencia de que ciertos hechos contradigan un planteamiento tan contumaz. Quien como en mi caso viviera aquella época de programadores chiflados con sus locos cacharros sabrá que los cargadores, los pokes y los trucos eran parte del paisaje de esos años. Las revistas los incluían, los jugadores los probábamos y aprendíamos cómo funcionaban esos bichos. Las máquinas tenían capacidades limitadas, los juegos eran caros -recuérdese que se consideraban en el apartado juguetero- y consecuentemente, tenían que durar. Eso hacía que fueran difíciles y la curva de aprendizaje pronunciada. Instrucciones breves y tutoriales inexistentes. En buena parte de los juegos aprendías por ensayo y error y, a veces, ni así. En el caso de mi título favorito «La Abadía del Crimen» casi necesitabas haber leído el libro o visto la película de «El nombre de la rosa». Eso sin contar que en algunos casos había errores de programación que podían hacer el juego inacabable. El último ejemplo que me ha tocado vivir fue con «Castlevania: Symphony of the Night» para móvil y tableta. ¿Y qué decir de las recreativas, donde la premisa era desperrar de monedas al usuario? ¿Quién no recuerda que en las primeras versiones de «Street Fighter II» la máquina podía hacer cosas que el jugador no podía? ¿Forma eso parte de la esencia del juego? Si llevamos la premisa hasta sus últimas consecuencias, solamente se podría jugar a un juego en su formato original y con la tecnología del momento: televisores de tubo, cargas de larga duración que podían resetearse, combinaciones de teclas imposibles, etcétera. Muchas veces he discutido con mi amigo Igor Álvarez Muñiz sobre el tema del acceso al arte y la percepción de las obras. De cómo nuestra forma de llegar a ellas puede determinar nuestras opiniones. Partiendo de la veracidad de esta premisa ¿impide que las disfrutemos? Creo que no. En todo caso, creo que en este punto, donde el uso y disfrute de los videojuegos es el eje del mismo, lo importante que cada cual se lo pase bien a su modo y manera, sin intentar imponer su criterio a los demás. Sobre todo cuando el argumento es «porque yo lo valgo». Para concluir, guardo un inmenso cariño por los días en los que jugaba con el Amstrad, el Spectrum y hasta el Dragon. Pero hay cosas a las que no volvería y agradezco que programas como Retro Virtual Machine me ahorran la parte engorrosa que ni el mal consejo de la nostalgia puede borrar.
Enviado por lcapote a las 12:06 | 0 Comentarios | Enlace
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